El origen del poder narco en Santa Fe
Por Carlos del Frade
(APe).- El narcotráfico comenzó siendo un negocio paraestatal de la
dictadura argentina a partir de las relaciones tejidas desde el Segundo
Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario y jurisdicción sobre las
provincias de Santa Fe, Chaco, Formosa, Misiones, Corrientes y Entre
Ríos. Eran los tiempos de Leopoldo Fortunato Galtieri, Jorge Videla y
Emilio Massera, por un lado; y los altos oficiales del ejército
boliviano que luego desatarían la dictadura del 17 de julio de 1980,
general Luis García Meza y coronel Luis Arce Gómez.
Así
se desprende de la declaración de un ex integrante del Servicio de
Inteligencia del Ejército argentino realizada en Brasil en el año 2009 y
que, por primera vez, es publicado en esta nota. De tal forma, los
primeros envíos masivos de cocaína a través de la ruta 34 fueron la
consecuencia de un acuerdo que venía estableciéndose, por lo menos,
desde los tiempos del Mundial de 1978, entre funcionarios de las
dictaduras de Hugo Banzer y Videla. Esta es la historia que sigue
desarrollándose por estos días en las geografías de Buenos Aires,
Rosario y Córdoba, entre otros centros urbanos. Y como todo gran negocio
capitalista, de arriba hacia abajo y con complicidades en los
diferentes nichos de corrupción de los distintos gobiernos.
La memoria de los represores
El
10 de diciembre de 1998, el entonces comisario principal José Rubén Lo
Fiego, fue puesto a disponibilidad por la resolución 879 del gobierno
provincial. Estaba imputado de 68 delitos de lesa humanidad y fue el
principal torturador del Servicio de Informaciones de la Unidad Regional
II, entre 1976 y 1979. El “Ciego” o “Mengele”, habló en tres ocasiones
con este cronista entre setiembre y diciembre de 1997 en su despacho del
área Logística, en el subsuelo de la ex Jefatura de Policía, justo en
la ochava de Santa Fe y Moreno. No está arrepentido de nada y sus
diálogos con los periodistas apuntan a relativizar su siniestra historia
personal. Lo que sigue es un resumen de aquellos encuentros.
-Vamos
a ahorrarnos algunas cosas. Sé quién es usted. ¿Dónde están los cuerpos
de los desaparecidos y qué hicieron con los chicos nacidos en
cautiverio?- fue la pregunta que sintetizó la primera entrevista.
-No
sé nada de eso -contestó Lo Fiego en su despacho adornado con un poster
del equipo de Central ganador de la Conmebol de 1995.
-Me gustaría saber quiénes fueron los apoyos políticos y económicos que los manejaban a ustedes.
-No
se consiguió todo a través de la tortura. Acá mucha gente jugaba al
superagente y en todos lados había un terrorista. Colaboracionismo. Hubo
mucho colaboracionismo. Trate de grabar esa palabra en su memoria. Más
allá de lo que usted piensa. Lo peor de todo es la conspiración de los
idiotas -dice en referencia de otros oficiales de la policía.
“Había
una presión insoportable de parte del comando. La formación la obtuve
por las mías. Ahora hay una cultura light. Acepto la tortura, pero no el
robo ni la droga -admitió el 9 de diciembre de 1997, en comparación con
otros policías. Tampoco soy un matasiete -agregó ese día mientras
tomaba mate haciendo alusión a una palabra que surgió en la literatura
nacional en “El Matadero”, el cuento de Esteban Echeverría en el que
denunciaba las atrocidades de la policía rosista, “la mazorca”.
Esta
crónica fue publicada en nuestro libro “El Rosario de Galtieri y
Feced”, del 2000 y también formó parte del primer tomo de “Ciudad
blanca, crónica negra. Historia política del narcotráfico en el Gran
Rosario”, publicado durante el mismo año.
Lo
Fiego daba a entender que él se lavaba las manos de la sangre de los
torturados y que luego escribía los partes al Comando del Segundo Cuerpo
de Ejército, en los días de Ramón Genaro Díaz Bessone y Leopoldo
Fortunato Galtieri, sin necesidad de recurrir a algún tipo de apoyo
químico. Sin embargo, algunos de sus compañeros de torturas sí
necesitaban “de la blanca que venía del Comando”, tal como lo sugirió en
aquel encuentro.
El negocio paraestatal
En
forma paralela a aquellos recuerdos de Lo Fiego, Gustavo Bueno, ex
oficial de la policía rosarina desde 1971 a 1975, fue convocado al
Comando del Segundo Cuerpo de Ejército en 1977.
Luego
lo enviaron a un área de “preconflicto entre la Argentina y Chile.
Hacia 1978 volvió a Rosario “para ejercer actividades de inteligencia en
el Destacamento de Inteligencia 121, en el sector llamado AEI
–Actividades Especiales de Inteligencia-, donde había estado desde 1975.
Bueno,
en medio de estas idas y vueltas, trabajó durante dos años junto al
entonces coronel Oscar Pascual Guerrieri en el llamado Grupo de
Operaciones Especiales (OE).
Muchos
años después, en el contexto del juicio por delitos de lesa humanidad,
Gustavo Bueno (integrante del Servicio de Informaciones del Ejército
Argentino, dependiente del segundo jefe del Destacamento de Inteligencia
121, el entonces teniente coronel Pascual Oscar Guerrieri) confesó que
el alto jefe militar estaba en el negocio paraestatal del narcotráfico.
Lo hizo ante el doctor Otmar Paulucci, presidente del Tribunal Oral
Federal Nº 1 de Rosario, en la ciudad de Belem, estado de Pará, en la
República Federativa de Brasil, el lunes 30 de noviembre de 2009.
La
primera mención a esta declaración apareció el domingo 13 de diciembre
de 2009 en el diario “Rosario/12” a través de una nota del periodista
José Maggi. Ahora, por primera vez, se publica la copia en castellano de
los dichos de Bueno en la sede policial brasileña:
-…Sí,
Guerrieri estaba vinculado al tráfico de cocaína. Estaba vinculado a
Arce Gómez y García Meza. Había una interna en la época de elección de
Galtieri, que desplazó a Viola. Había plata que trajeron de los
cocacoleros de Bolivia. Tenía que liberar el norte de Argentina. Otro
del acuerdo era Noriega, del que se encargaron otros servicios de otros
países. El organizó cosas muchas veces en mi contra. En Rosario fue en
varias veces.-sostuvo Bueno quien goza de un tratamiento muy especial en
Brasil, según constató el juez Paulucci.
El
2 de diciembre de 2009, Bueno agregó que “en principio, Oscar Guerrieri
dijo que el grupo especial tenía por objetivo combatir a los
Montoneros. Que el declarante entró en conflicto con ese grupo porque no
aceptó los desvíos de conducta de Guerrieri. Que el declarante
desempeñaba actividades de contrainteligencia y, en ese trabajo,
investigó al teniente coronel Oscar Pascual Guerrieri y a otros, por
supuesto involucramiento con oficiales del ejército boliviano
relacionados al tráfico. Que se quedó trabajando en el sector de
Actividades Especiales de Inteligencia hasta noviembre de 1979… y que en
noviembre de 1979 salió de la Argentina al entender que el coronel
Guerrieri quería ejecutarlo… que en 1979 el declarante salió a pie de
Rosario, dejando su arma y su credencial y vino a Brasil…”.
Guerrieri
se desempeñó desde el 6 de diciembre de 1976 hasta el 26 de enero de
1979 en el Destacamento de Inteligencia 121 del Comando del Segundo
Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario. Fue ascendido a teniente
coronel el 31 de diciembre de 1976. Revistaba como segundo jefe, un
escalón por debajo de Edgardo Alcides Juvenal Pozzi, titular del
Destacamento de Inteligencia. Fue condenado por crímenes de lesa
humanidad a perpetua porque quedó establecido que tenía “absoluto
dominio de la puesta en marcha de los operativos, sobre las líneas
concretas que debía seguir la inteligencia represiva, sobre la
“evaluación” de los secuestrados y su permanencia en los centros
clandestinos de detención, sobre la metodología y lugar de cautiverio y,
en definitiva, sobre el destino final de las víctimas”. Era el mayor
“Jorge” en la Quinta de Funes, descripta en “Recuerdo de la muerte”, de
Miguel Bonasso. Junto a él, en aquellos días, estaba “Gustavo” que no
era otro que Gustavo Bueno.
La conexión boliviana
Roberto
Suárez Gómez, el llamado “Rey de la cocaína”, proveedor nada menos que
de Pablo Escobar Gaviria, “acusó a la coalición de gobierno de Paz
Estensoro y Banzer Suárez, además de todos los anteriores gobernantes
del país desde finales de la década del setenta, de ser y haber sido
cómplices del narcotráfico bajo la protección de la CIA y la anuencia
del gobierno de los Estados Unidos de América, supervisada por medio de
su embajada en el país”, cuenta su ex mujer, Ayda Levy, en su libro “El
Rey de la Cocaína. Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del
primer narcoestado”.
La
mujer sostuvo, además, que “en el mes de febrero de 1980 viajaron a la
ciudad de Buenos Aires, el ex ministro de Agricultura Marcelo Ibáñez,
Klaus Altmann y un agente de la CIA, de apellido Perou, para reunirse
con los miembros de la Junta Militar que gobernaba la Argentina desde
1976. Su misión era lograr el apoyo de nuestros vecinos al golpe de
Estado que se gestaba en Bolivia. Los emisarios cumplieron su mandato a
cabalidad. La junta de comandantes, dirigida por el general Jorge Rafael
Videla, dio su total respaldo al proyecto. Las alas del tenebroso Plan
Cóndor se extenderían hasta nuestro país”, expresó Ayda Levy.
La
señora explica que el principal argumento que desarrollaba su marido
era que “al ser Bolivia un país monoproductor minero, ante la caída del
precio del estaño en los mercados internacionales la coca era el único
recurso estratégico renovable que le quedaba al gobierno para sacar al
país del subdesarrollo y saciar el hambre del pueblo. Estaba
completamente seguro de que podíamos pagar en treinta y seis meses la
deuda externa del país que, por esos años ascendía a tres mil millones
de dólares americanos. Finalmente, para tratar de convencerme, me dijo:
“Los gringos siempre manejan un doble discurso y tienen una falsa moral.
Te doy sólo dos ejemplos para comprobar la veracidad de lo que te estoy
diciendo: los cigarrillos que fabrica la tabacalera Philip Morris y las
armas que fabrica Smith & Wesson, que se venden sin control en los
Estados Unidos, matan anualmente a más gente que la cocaína”, se puede
leer en otro párrafo del libro mencionado.
El
testimonio de Ayda Levy y las confesiones de Lo Fiego y Gustavo Bueno
dan cuenta de una serie de relaciones que venía estableciendo la
dictadura de Videla con sus pares bolivianos desde antes del narcogolpe
del 17 de julio de 1980.
Contactos que tuvieron su mayor desarrollo alrededor de la llamada zona franca boliviana en el puerto rosarino.
Los contactos de Massera y Galtieri
“Los
comandantes en jefe de las Armadas de la Argentina y Bolivia, almirante
Eduardo Emilio Massera y vicealmirante Gutenberg Barroso Hurtado,
respectivamente, presidieron en la mañana de ayer el acto de recepción
en la zona franca de Bolivia, en el puerto de Rosario, del buque
“Libertador Simón Bolívar”, escribió el diario “La Prensa”, el 25 de
abril de 1978.
Se
leyó un mensaje del entonces presidente del país hermano, Hugo Banzer
Suárez, donde destacaba que “es el primer barco boliviano que surca el
océano, llevando en el corazón de sus tripulantes la esperanza de un
pueblo que a pesar de todas las adversidades jamás renunciará al derecho
de volver soberanamente al Pacífico”.
Junto al almirante Massera estaba el comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Fortunato Galtieri.
-América
tiene un significado en el mundo de hoy, con una Europa convulsionada
con el terrorismo que ya pasó por acá; donde hay un Medio Oriente
también convulsionado entre grupos y grupos, en los que yo diría que
nadie sabe quién es quién. Latinoamérica significa una cosa nueva. Una
cosa más profunda…-filosofó Massera ante los periodistas.
Por
su parte, el vicealmirante boliviano Barroso Hurtado sostuvo: “Nada
habría sido más significativo para mi país que recibir al buque
transporte “Libertador Simón Bolívar” entrando en aguas y puerto
bolivianos. Ello no pudo ser, como lo esperaba América a los casi cien
años del encierro asfixiante que sufre mi patria. Pero frente a la
incomprensión que todavía ensombrece el horizonte del destino
continental, felizmente surge la palabra amiga, el respaldo solidario,
la tierra que se brinda…”, agradeció el oficial de la armada de la
dictadura de Banzer Suárez, aquella que ya comenzaba a comercializar los
productos de Suárez Gómez, el “rey de la cocaína”, tal como lo expresó
su mujer Ayda Levy.
La
zona franca de Bolivia en el puerto rosarino fue el resultado de un
convenio suscripto el 4 de junio de 1969 por el que se cedieron 55 mil
metros cuadrados y que tenía previsto realizar el primer embarque en
febrero de 1973 consistente en 25 mil toneladas de algodón hacia Japón.
Después vendrían exportaciones de azúcar a los Estados Unidos, madera a
Europa y minerales.
Uno
de los principales impulsores de los acuerdos en torno a la utilización
de la zona franca en el puerto rosarino era Waldo Cerruto Calderón de
la Barca que sería luego embajador durante la narcodictadura de Luis
García Meza y Luis Arce Gómez.
Otro
de los que fogoneaba los encuentros con los referentes rosarinos de la
dictadura argentina era el entonces director general de Política
Exterior de Bolivia, el embajador de Hugo Banzer, Javier Murillo de la
Rocha.
El
6 de julio de 1976, el vicealmirante retirado, Jorge Aníbal Desimoni, a
cargo del gobierno de la provincia de Santa Fe, recibió a
representantes de la dictadura de Hugo Banzer Suárez para hacer entrega
formal de la zona franca del puerto rosarino.
Entre
ellos estaba Raúl Tejerina Barrientos, agregado militar, uno de los
principales integrantes del Plan Cóndor, corresponsable del asesinato
del General Juan José Torres, cometido en Buenos Aires el 2 de junio de
1976 y señalado como uno de los más hábiles cerebros del negocio
paraestatal del narcotráfico, según señalan las excelentes
investigaciones de Martín Sivak (“El asesinato de Juan José Torres:
Banzer y el Mercosur de la muerte”) y Román Lejtman (“Narcogate”).
Los
negocios de Banzer con la dictadura argentina fueron continuados y
profundizados durante los tiempos de la narcodictadura de García Meza.
Por eso hubo reciclaje de funcionarios y, en forma paralela, la zona
franca del puerto rosarino siempre apareció como excusa para
desarrollarlo como cabecera de playa.
Por
eso la confesión del ex servicio de inteligencia del Ejército
argentino, Gustavo Bueno, termina siendo la confirmación del inicio del
negocio paraestatal del narcotráfico desde la región del Gran Rosario.
No
fue casualidad que a principios de 1979, Leopoldo Galtieri saltara al
Primer Cuerpo de Ejército y luego a la presidencia en reemplazo de
Roberto Eduardo Viola.
Galtieri
no solamente tuvo el apoyo de los grandes empresarios del sur de la
provincia de Santa Fe sino también del narcoestado construido por las
dictaduras de Banzer y García Meza.
Quizás por eso Galtieri sostuvo, alguna vez: “En Bolivia yo decido a quién y cuándo poner en el poder y cuándo sacarlo”.
Quizás
por eso Pascual Guerrieri, el nexo entre ambas dictaduras, en uno de
sus alegatos en los juicios de lesa humanidad llevados a cabo en
Rosario, ofrecía sus servicios, su larga experiencia y preparación para
combatir al narcotráfico.
De
allí que la confesión de Gustavo Bueno prueba que el negocio del
narcotráfico es, desde su origen, paraestatal y que, como muchas
actividades económicas ilegales del presente, comenzó en los tiempos del
terrorismo de Estado. Desde una geografía estratégica que no por
casualidad sufre las consecuencias de tanta impunidad acumulada durante
años: la región del Gran Rosario.
Edición: 2841
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